Renny
Ottolina
La
revista Semana me ha solicitado que enjuicie la televisión venezolana. No es un
pedido fácil eso de «enjuiciar». Enjuiciar es un verbo comprometedor pero las
situaciones comprometidas son, la mayoría de las veces, las más interesantes.
Al enjuiciar a la televisión venezolana lo hago como un espectador más. Siendo
un medio de comunicación masiva y, como tal, sujeta al juicio público,
quienquiera que vea televisión tiene derecho a enjuiciarla. En este derecho
común a todo baso la autoridad de mi juicio. Que esa autoridad cuenta con los
recursos que me da el ser un profesional de la televisión es otra cosa. Pero
quiero dejar claro que, más que como Renny Ottolina, en este análisis me sitúo
como un venezolano más que tiene televisor en su casa, que tiene esposa e hijos
y tanto él como su familia ven televisión.
La televisión
venezolana, hoy por hoy, no aporta lo que debiera a la cultura nacional. Es
más, su influencia es, quizás, negativa. Para tener un punto de partida me veo
obligado a comenzar por el final, que en caso de un juicio es el veredicto. Encuentro la televisión venezolana culpable
de ignorar la dignidad de los habitantes de nuestro país. Paralelamente la
encuentro culpable de desidia en su programación y de pecar de ligereza en
cuanto a la responsabilidad que implica su inmenso poder. Responsables por
igual de esta situación: los patrocinantes, las agencias de publicidad y las
estaciones de televisión. Conocido el veredicto y los culpables estudiemos las
razones determinantes, y veamos cómo un principio razonable puede ser
distorsionado por una miopía de la industria, hasta el punto de convertirse en
causa del mal causado.
El
anunciante, a través del medio de comunicación masiva, busca un máximo de
personas a quienes hacer llegar su mensaje comercial. Las agencias de
publicidad recomiendan los medios que consideren apropiados para lograr este
propósito, bien sea prensa, radio o televisión. En este último caso el factor
determinante es la audiencia promedio que pueda tener un programa. En nuestra industria
esto se conoce como rating. Patrocinantes y agencias quieren, pues, programas
de alto rating que las estaciones de televisión deben producir. Mientras más
personas vean un programa, tanto mejor, porque a más personas llega el mensaje
comercial. Hasta aquí el planteamiento es bueno. El principio es razonable. Pero es aquí donde surge la miopía que
distorsiona la responsabilidad paralela que da a la televisión su tremenda
influencia dentro de la vida familiar. Patrocinantes,
agencias y estaciones parecen olvidar que además del derecho y necesidad de
anunciar productos, está el deber de saberlo hacer. Es en esto en lo que yo
creo que la televisión venezolana está equivocada desde hace muchos años y en
lo que va, cada vez más, de mal en peor. Patrocinantes, agencias y estaciones
de televisión no vacilan en producir los programas y las cuñas comerciales más
vulgares, chabacanos y asombrosamente denigrantes para lograr el más alto
rating posible. Su razonamiento aunque equivocado, es por demás sencillo: «Hay
que llegar al grueso del público». O lo que es lo mismo, también en el lenguaje
de nuestra industria, a las clases socioeconómicas C, D, E traducido al
lenguaje de todos los días a las grandes masas, que son siempre los más pobres,
pero que son básicas para el consumo de productos de fabricación masiva. «Hay
que llegar al grueso del publico»... la televisión venezolana suelta entonces
sus andanadas diarias de telenovelas donde las hijas se disputan el marido de
la madre, la madres no saben quiénes son sus hijos o donde los hijos no saben
quiénes son sus padres. Gracias a este concepto de la televisión surge el
programa donde un hombre, impulsado por la necesidad o la ignorancia, no vacila
en exponerse al ridículo a costa de su dignidad, a cambio de unos pocos
bolívares. Hasta hace muy poco la televisión venezolana, no satisfecha con su
esforzada labor hacia el descenso de los más elementales valores de la dignidad
humana, consideró más que necesario, imprescindible, programar espectáculos
filmados cuya base son el terror y la violencia, en horas cuando la televisión
venezolana estaba absolutamente segura que habría más niños encendiendo
televisores y, por lo tanto, aumentando el rating. Pero si todo lo anterior
fuese poco, las cuñas comerciales en su gran mayoría, acostumbran a los
televidentes venezolanos a gritar, a hablar mal nuestro idioma, y a comprar
algunos productos por la razón primordial de que son estímulos del sexo. Todo
eso pagado muy a conciencia por las agencias publicitarias respectivas y programado
muy a conciencia por las estaciones televisoras respectivas.
A mi entender, al
pensar que las clases económicosociales menos avanzadas sean, por su escasa o
ninguna educación, básicamente estúpidas y vulgares es un gravísimo error. El
ser humano tiene una tendencia natural hacia lo mejor. La televisión venezolana
no estimula esta tendencia, si por el contrario, hace todo lo posible para
desvirtuarla. El
hecho de que una persona no haya recibido la educación a la cual tiene derecho,
el hecho de que una persona no tenga la capacidad adquisitiva que ojalá
tuviera, no hace de ella una persona vulgar, chabacana e indigna. Solo la hace
desgraciadamente, pobre e ignorante. Pero la calidad humana sigue estando allí,
al alcance de quien quiera estimularla. Con contadísimas excepciones,
patrocinantes, agencias y estaciones ignoran este hecho. La televisión
venezolana está cometiendo el grave pecado de subestimar al público venezolano
con el agravante de que, haciendo gala de una inconsciencia inconcebible, lo está
haciendo a conciencia.
Una
persona ignorante frente a una persona con conocimiento es, en cierta forma,
como un niño. Ese « grueso del público» famoso es el niño. Me llena de tristeza
ver que se engañe a un niño, porque lo que la televisión venezolana está
diciendo a su pueblo no es toda la verdad de la vida: la vida no es solamente
gritería, la vida no es que sea normal el que nazcan niños de padres
desconocidos. La vida tiene valores que son los que la televisión venezolana no
está enseñando al niño. No se puede ni se debe pagar el rating a costa de la
dignidad del venezolano y lo que patrocinantes, agencias y estaciones no han
llegado a preguntarse todavía es si no venderían más los productos anunciados o
por lo menos en igual cantidad, destacando valores positivos en lugar de exaltar
los aspectos negativos de la vida. Y no es tan complicado. Ni siquiera es
difícil.
La
televisión tiene una influencia en el hogar mucho mayor que la de cualquier
otro medio de comunicación masiva. Su fuerza es terrible. Esa fuerza implica
una mayor responsabilidad. Quien no sabe asumir esta responsabilidad no está a
la altura de la fuerza de la cual dispone. Es hora de que la televisión
venezolana esté a la altura de su fuerza. Es hora de que la competencia entre
estaciones cese en su lucha por demostrar quién puede ser el más vulgar de
todos. Es hora que la competencia sea para ver quién puede lograr el mayor
respeto, el mayor aprecio y el mayor cariño de la comunidad venezolana. Los
patrocinantes no deben pagar programas donde haya situaciones que vayan en
contra de la dignidad familiar ni aquellos que puedan deformar la percepción
que los niños deban tener de la vida. Las agencias de publicidad tienen la
obligación de no recomendarlos las estaciones de televisión tienen el deber de
no producirlas.
Tremenda
fuerza de este medio y los 75.000.000 Bs 1ue anualmente se invierten en
televisión, el 20% es comisión de las agencias publicitarias, implica un mínimo
de deber para elevar el nivel de las clases socioeconómicas más bajas. De
ninguna manera da el derecho de denigrarlos más aún. Yo estoy convencido de que
se puede tener éxito con la televisión, trabajando dentro de un mínimo de
dignidad. Pensando con sinceridad que hay principios elementales que es
necesario respetar. Actuando con el convencimiento de que es mucho lo que se
gana cuando lo que se da es también mucho. Y no deja de ser descorazonador el
recordar que hace 12 ó 14 años, en sus comienzos, la televisión venezolana
tenía una calidad de altura excepcional.
Es,
además, económicamente aconsejable hacer los máximos esfuerzos por elevar los
niveles de ese «grueso del publico» a quien hoy por hoy se le dan gritos y
situaciones equívocas por la televisión. Es del propio y básico interés de los
patrocinantes de hoy en día el que la población venezolana tenga un nivel de
educación más alto lo antes posible, por cuanto mayores sean los conocimientos
de esas masas mayor será su poder adquisitivo. Hacer hoy todo lo posible por
mejorar intelectualmente a la gran masa venezolana, es el mejor seguro de supervivencia
con el cual los industriales de hoy pueden contar en un mañana muy cercano, es
absurdo, que en vista de lo anterior, no sepan aprovechar mejor la magnífica
oportunidad que la televisión ofrece para este propósito. Quienes pagan a la
televisión deben hacerse un examen de conciencia y preguntarse en qué lugar
queda su responsabilidad para con el país. Las estaciones de televisión deben
estar en capacidad de ofrecer programas que puedan ser comprados por esos
patrocinantes que se han hecho ese examen de conciencia. Y las agencias de
publicidad no deben vacilar en recomendar, además de la cosa cuantitativa, el
valor cualitativo. De no ser así yo predigo que la televisión venezolana se irá
hundiendo cada día más, en su mar de irresponsable vulgaridad con la única
consecuencia de provocar la intervención del Estado. Y tendrá que intervenir el
estado atendiendo el clamor de los hombres y mujeres responsables del país, que
cada día hacen sentir más fuerte su voz de justa protesta.
Cuando
estemos en manos del Estado habremos perdido la libertad de competencia, la
libertad de escogencia entre canales, y con toda probabilidad habremos perdido
la libertad de expresión; como es lógico pensar por cuanto ningún gobierno en
su sano juicio va a permitir que se use un medio por él directamente controlado
para que se le hagan críticas que podrían ser acerbas si así lo ameritase la
situación de tal gobierno. ¿De quien será entonces la culpa? La respuesta es
una sola: de quienes hoy en día pagan y administran la industria de la
televisión venezolana.
Soy
solo un venezolano más que tiene televisor en su casa y que con su familia ve
televisión. Como tal creo hacerme eco del hombre pobre que quiere dejar de
serlo si tan solo le dieran la oportunidad de saber un poco más de lo que sabe,
y del hombre pudiente que tiene en sus manos la decisión final de este
problema.
Ambos,
estoy seguro coincidirán en pensar que nuestra televisión debe seguir el camino
correcto para construir el algo, de lo mucho que puede al mejoramiento de la
comunidad venezolana. No es mucho pedir
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