
De pronto me dejas
ciego de nuevo, sin siquiera poder mirar el destello de algún cocuyo titilante,
cuya energía se esfuma por el mismo capricho de tu partida.
No hay hoguera ni
antorcha triste que ilumine el ambiente, sólo la bailarina flama de una vela que
se derrite, igual que muere la esperanza de un futuro que se cuela por las
rendijas de una cloaca putrefacta y más oscura aún.
¿Quién soporta la
oscura y pesarosa tiniebla de la noche,
si ni el viento mueve una rama de un árbol? ¿Cómo se acostumbra un alma sin
reproches, a aceptar la burla y el descaro?
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